"Estoy aburrido, salgamos a dar una vuelta al centro de Villa Alemana" nos dice el Shaggy. El Cristian y yo asentimos y salimos de la casa de este.
Al vernos salir, Ozzy, el perro del Cristian, un can pequeño y negro con pintas de murciélago. No mediría mas de 60 cm, pero tenía un odio casi psicópata hacia gitanos, vendedores y viejas.
Al vernos salir, Ozzy, el perro del Cristian, un can pequeño y negro con pintas de murciélago. No mediría mas de 60 cm, pero tenía un odio casi psicópata hacia gitanos, vendedores y viejas.
Ozzy era un kiltro pequeño mezcla de no sé qué razas, un personaje perruno singular, realmente era un verdadero cabrón pendenciero y suicida, que no podía estar sin meterse en líos ni desafiar a cuanto perro se le cruzaba por sus narices. Fuera Doberman, Kiltro o Gran danés, el odio hacia su especie era enfermizo, algo así como un nazi chileno creyendo ser ario, siendo el mismo un bastardo mestizo.
Era Otoño, hacía un día agradable y caminábamos tranquilos conversando de las clase de crestas Punk que existían. El Shaggy decía que estaba la Americana: gruesa como un escobillon; la Inglesa, que era fina y de colores, y por último, la Chilena, que era raparse tímidamente algo así como una L invertida a la altura de las sienes, la cual se podía tapar con una gorra. Obviamente era una cresta nacida bajo la dictadura chilena, tímida pero a la vez rebelde, sin tanta pompa como las europeas o americanas.
Shaggy nos daba sus características y sus raíces sociológicas y el porque cada cresta resumía la idiosincrasia de estas.
Él había hecho un estudio concienzudo acerca de este tema, respaldado por todo el material gráfico y musical que tenía a su haber siendo su habitación una biblioteca del Punk en Villa Alemana.
Además de esto, Shaggy era el estilista y peluquero oficial de nuestra pequeña banda de desadaptados.
Íbamos caminando casi a la altura de la cancha de la Trizano, con el Ozzy por delante olisqueando y meando, reclamando territorio en clara actitud desafiante.
Íbamos caminando casi a la altura de la cancha de la Trizano, con el Ozzy por delante olisqueando y meando, reclamando territorio en clara actitud desafiante.
Este, de repente se detiene de golpe, ya que a lo lejos divisa a dos pastores alemanes que se habían escapado de una casa que tenía las rejas abiertas, debido a que el dueño estaba sacando ramas del fondo de su patio después de haber podado los árboles de su casa; típica afición de uniformado retirado.
Este las acomodaba en una carretilla y dado que al frente de la casa había un potrero muy grande no era difícil pensar dónde irían estas a parar, dado que en Chile sitio eriazo o potrero es y será sinónimo de vertedero.
El Ozzy, nada mas verlos, les echa la bronca desvergonzado y audaz.
Perro listo, pensó somos 4 contra 2, incluyéndonos a nosotros en su particular reyerta, como si fuésemos parte de su manada o clan cuales Homo Canis.
Los perros, al verlo, se dirigen hacia él, accionados instantáneamente por un invisible interruptor.
Las leyes Darwinianas estaban en plena marcha.
Ozzy, en una acción kamikaze corre a su encuentro avanzando unos 20 metros, los perros lo cogieron como un muñeco de trapo vivo, saltaba por los aires zarandeado y mascado por las mandíbulas de los tremendos canes; en un instante pensé que lo partirían en dos, sus ladridos pasaron a agudos aullidos de dolor.
Este las acomodaba en una carretilla y dado que al frente de la casa había un potrero muy grande no era difícil pensar dónde irían estas a parar, dado que en Chile sitio eriazo o potrero es y será sinónimo de vertedero.
El Ozzy, nada mas verlos, les echa la bronca desvergonzado y audaz.
Perro listo, pensó somos 4 contra 2, incluyéndonos a nosotros en su particular reyerta, como si fuésemos parte de su manada o clan cuales Homo Canis.
Los perros, al verlo, se dirigen hacia él, accionados instantáneamente por un invisible interruptor.
Las leyes Darwinianas estaban en plena marcha.
Ozzy, en una acción kamikaze corre a su encuentro avanzando unos 20 metros, los perros lo cogieron como un muñeco de trapo vivo, saltaba por los aires zarandeado y mascado por las mandíbulas de los tremendos canes; en un instante pensé que lo partirían en dos, sus ladridos pasaron a agudos aullidos de dolor.
Cogiendo impulso le pegué una patada con mis botas militares al perro alfa -que era el mas viejo- dándosela de lleno en pleno abdomen, levantándolo por los aires con un pequeño alarido en su fauces.
El otro perro mas joven, desconcertado, se queda en su hocico a la pequeña y magullada mascota, el Cristian, con precisión casi quirúrgica intentando no dañar a su perro, le da un severo punta pie en el lateral de la cabeza al perro más joven, que grita con un atroz aullido revolcándolo por los suelos.
Tremenda bolea logra la liberación del pequeño Ozzy de tan demoledoras fauces.
Después de luchar en encarnizado combate contra estos Dogs of Wars y luego de varias patadas con nuestras formidables botas militares logramos hacer retroceder a tan corpulentos mastines germánicos.
Pero justo en el momento de la retirada de los canes, llega lo más inesperado de la canina contienda.
Acude el dueño de los perros en actitud quijotesca, blandiendo una gruesa rama verde cual improvisado sable, como un relámpago, saco del bolsillo lateral de mi pantalón una cadena que tenía un candado de bronce en el extremo, cabe decir que era un candado de esos en los que sale el león.
La cadena, obviamente, siempre la llevaba para una posible defensa; era duro ser Punk Rocker en esos tiempos y siempre se estaba expuesto a agresiones tanto verbales como físicas del entorno. Éramos como una nueva especie de homo sapiens y teníamos que ganarnos nuestro sitial en el cosntante medio evolutivo urbano.
También la llevaba por otras razones menos circunstanciales: tenia un póster de los Sex Pistols en donde Johnny Rotten salía cantando con una camisa de fuerza, unos pantalones negros de cuero y colgando alrededor de su cintura, una cadena con un candado agresivo y poético accesorio de su vestimenta combinación que a mi me fascinaba; como alguien dijo por ahí, el Punk era la estética de una ira no resentida.
El dueño del perro nos lanza unos golpes con el verdoso garrote, era más bien viejo y se podían adivinar adonde iban dirigidos sus golpes. Esquivándolos con agilidad de samurai le lanzo dos golpes de izquierda a derecha con velocidad, decisión y rabia juvenil.
El viejo, al ver la cadena con un inusual candado en la punta, se desconcertó, se echa hacia atrás y coge la retirada en carrerilla llevándose a sus maltrechos canes.
La contienda queda en tablas. Pero igual salimos airosos y victoriosos.
Shaggy esta petrificado e incrustado en la pared que teníamos a nuestras espaldas, admirado tal vez, sobrepasado por la violencia, la determinación y contundencia con que respondimos yo y el Cristian.
Cabe decir que Shaggy era un hombre de paz, un Punk que luchaba en otras lides más mentales y gráficas de una forma casi mística, con eso nos bastaba, ya que la acción directa la poníamos nosotros.
Cristian cogió a Ozzy y nos devolvimos a su casa, la vuelta al centro quedo pospuesta.
Después de luchar en encarnizado combate contra estos Dogs of Wars y luego de varias patadas con nuestras formidables botas militares logramos hacer retroceder a tan corpulentos mastines germánicos.
Pero justo en el momento de la retirada de los canes, llega lo más inesperado de la canina contienda.
Acude el dueño de los perros en actitud quijotesca, blandiendo una gruesa rama verde cual improvisado sable, como un relámpago, saco del bolsillo lateral de mi pantalón una cadena que tenía un candado de bronce en el extremo, cabe decir que era un candado de esos en los que sale el león.
La cadena, obviamente, siempre la llevaba para una posible defensa; era duro ser Punk Rocker en esos tiempos y siempre se estaba expuesto a agresiones tanto verbales como físicas del entorno. Éramos como una nueva especie de homo sapiens y teníamos que ganarnos nuestro sitial en el cosntante medio evolutivo urbano.
También la llevaba por otras razones menos circunstanciales: tenia un póster de los Sex Pistols en donde Johnny Rotten salía cantando con una camisa de fuerza, unos pantalones negros de cuero y colgando alrededor de su cintura, una cadena con un candado agresivo y poético accesorio de su vestimenta combinación que a mi me fascinaba; como alguien dijo por ahí, el Punk era la estética de una ira no resentida.
El dueño del perro nos lanza unos golpes con el verdoso garrote, era más bien viejo y se podían adivinar adonde iban dirigidos sus golpes. Esquivándolos con agilidad de samurai le lanzo dos golpes de izquierda a derecha con velocidad, decisión y rabia juvenil.
El viejo, al ver la cadena con un inusual candado en la punta, se desconcertó, se echa hacia atrás y coge la retirada en carrerilla llevándose a sus maltrechos canes.
La contienda queda en tablas. Pero igual salimos airosos y victoriosos.
Shaggy esta petrificado e incrustado en la pared que teníamos a nuestras espaldas, admirado tal vez, sobrepasado por la violencia, la determinación y contundencia con que respondimos yo y el Cristian.
Cabe decir que Shaggy era un hombre de paz, un Punk que luchaba en otras lides más mentales y gráficas de una forma casi mística, con eso nos bastaba, ya que la acción directa la poníamos nosotros.
Cristian cogió a Ozzy y nos devolvimos a su casa, la vuelta al centro quedo pospuesta.
Yo creí que el pequño Ozzy -u Odio como lo soliamos llamar a veces- estaba moribundo pero me fue grato saber un par de días después, que este iba en franca mejoría, estuvo convaleciente un mes, bajo cuidados de su amo e idas al veterinario, y al cabo de un tiempo, volvió a ser el cabrón de siempre, pero con una gran diferencia, solo nos acompañaba hasta la salida del pasaje en donde vivía Cristian.